Javier Franco TOPPER

20 de febrero de 2014

Desde el aire he podido ver

La agradable sensación de elevarse por sobre el suelo a bordo de una aeronave, es el comienzo de un viaje que lleva a vivir nuevas experiencias. Sean diez minutos o diez horas las que se esté en el aire, el tener la oportunidad de ver y sentir el mundo desde allí es un momento infinitamente poderoso; es un espacio común a todos, pero no siempre alcanzable para unos; es el aire, el viento, el mundo desde arriba; es la oportunidad de reflexionar así sea por un segundo sobre la hermosa posibilidad de estar haciéndolo y convertirse en una esponja que absorbe todo lo que se ve, se oye, se siente, se vive. Cuando se toca la tierra nuevamente y se retoma el curso de la vida diaria, es un momento para agradecer que se transforma en un recuerdo, de esos donde uno puede decir: “he podido ver”.

Por lo agradecido de cada oportunidad, es que hoy esos momentos en los que me remonté al aire son un grato recuerdo. Al enlistar uno detrás de otro se van reviviendo instantes en los que me sorprendo de la naturaleza, de la realidad humana, del tiempo que nos ha tocado vivir; pero verlos desde el aire amplía la perspectiva, cambia la mirada.

El mar de siete colores
Y es que he podido ver desde la ventana de un avión comercial el mar de siete colores que rodea la isla colombiana de San Andrés, sintiendo la alegría de la llegada o la nostalgia de la despedida, pero disfrutando así sea por unos cortos instantes de lo hermoso que puede llegar a ser.

El mar como calabozo
Ese mismo mar que he podido ver a pocos metros de altura desde un helicóptero, dispuesto a pararme sobre sus patines y saltar para zambullirme en el agua. El mismo maravilloso mar de siete colores que se convierte ahora en una especie de inmenso calabozo por horas y desde el que también he podido ver las aspas del rotor girar frenéticamente sobre mí, mientras me eleva de esa cárcel temporal acuática. He podido ver y sentir algo de lo que experimenta un rescatado.

Montañas colombianas
He podido ver, viajando con otros cientos de pasajeros, las innumerables montañas y cordilleras de un país de más de 40 millones de habitantes que se matan entre sí. Aquellas que acogen cultivos, hogares, caminos, refugios; aquellas de color verde que se desenvuelven en el espacio y donde hemos podido asentarnos, a veces de manera sorprendente.

Recorriendo pasos de pioneros
He sentido esas montañas de cerca, cruzando por estrechos corredores que los pioneros de la aviación encontraron en sus aventureros viajes y que la fuerza de un motor de pistón hace que ahora yo cruce, rodeado de la inmensidad del mundo, sintiéndome pequeño en el frágil aeroplano.

El fin de la tierra, el comienzo del cielo
Desde la ventana de un monomotor de pistón he podido ver el fin de esas montañas, donde el blanco de sus puntas se combina con el blanco de las nubes en el comienzo el cielo; he podido ver el aire y la tierra mezclándose en esa cumbre helada y pensado cómo somos tan pequeños que necesitamos de toda nuestra inventiva y esfuerzo para siquiera llegar a ese comienzo.

Interminable llanura
Es otro monomotor desde el que he podido ver la inmensa llanura, la interminable planicie de la “otra mitad del país”; donde pareciera que no existe nada ni nadie, solo el espacio casi infinito. Pero la he visto viva, con ríos, caseríos, caminos, fuego y animales, y despidiéndose del día con los últimos rayos del abrazador sol que la ilumina y le inyecta vida.

Árbol tras árbol en la selva
Al borde de esa llanura he podido ver la interminable selva amazónica colombiana extenderse como un inmenso tapete verde lleno de misterios y maravillas. He podido ver, sintiéndome como un niño, árbol tras árbol imitándose, pero no repitiéndose; copas y copas verdes que no cansan a la vista, sino que maravillan por superar toda construcción creada por el hombre en tamaño y beneficio, ignorando por un momento el espectacular DC-3 que me permite disfrutar de tal paisaje.

La ciudad
He podido ver también lo que contrario a esa selva: la misma maravilla tecnológica que llamamos ciudad, la he visto de día y de noche, con cada una de esas construcciones que se convierten en el hogar de alguien, de una persona que seguramente mira hacia arriba y se maravilla de la aeronave que ve pasar. La he podido ver de noche, con todas las luces dando una señal de vida en la oscuridad natural del mundo; sorprendiéndome siempre de su inmenso tamaño y desigualdad.

Un nuevo día
He podido ver el amanecer en otro lugar del mundo, despertando después de un letargo aéreo, sintiendo cómo cada minuto que pasa es igual a un poco más de luz y calor para todos. Ver ese rayo naranja abrirse paso por sobre el planeta, saludándolos a todos y saludándome a mi mientras recorro las distancias de América.

La primera estrella
He podido ver ese mismo sol despidiéndose y dándole paso a las incontables estrellas que comienzan por una sola y que quisiera saludar una a una mientras me acompaña el rugido de un motor turbohélice del poderoso Antonov 32. He podido mirar a través de su burbuja, hacia abajo, al frente y hacia arriba, uniendo en mi mente tierra, aire y cielo en un solo espacio al que llamo universo.

Campo Santo
He podido ver lo que la fuerza de la naturaleza ha dejado de lo que alguna vez fue la población de Armero, visualizarla en persona y desde el aire a bordo de un helicóptero da una dramática percepción adicional de lo increíble de una tragedia. Es observar por unos minutos, mientras se cruza sobre él, un gran campo santo donde quedaron enterradas las vidas y sueños de miles de colombianos.

Herida en América
He podido ver el sorprendente negocio del Canal de Panamá, con barcos que salen y entran a él, llevando cualquier cantidad de cosas necesarias para tantos. He podido ver cómo se alinean como pequeños borregos entrando a un corral que, a pesar de su extraordinario tamaño y alcance tecnológico, no deja de ser una gran herida que cruza la tierra americana para darnos más comodidad.

Frontera
He podido ver cómo un país se encuentra junto a otro, separados por una fina línea de agua, mientras disfruto de la cabina de un clásico 727; dándome cuenta que tantas diferencias entre los habitantes de una y otra nación realmente no se ven en ese lugar llamado frontera, en el que todo se mezcla y coexiste físicamente como un solo ente, clasificado y organizado únicamente por nuestras mentes, pero siendo único de manera natural.

He podido ver esa misma fina línea de agua agrandarse hasta convertirse en un caudaloso río por sobre el que sobrevuelo raudo sentado en un ultraliviano, saludando a quienes habitan sus orillas, a quienes viven de él, a quienes encuentran en el agua su espacio vital de vida.

Gigante invertido
He podido ver desde un Globe Swift  el mundo como si fuera otro ser, uno gigante y con la capacidad de darle vuelta a todo, he podido sentir el cielo debajo de mi y la tierra por sobre mi cabeza; esos cortos instantes de un vuelo invertido, de una maniobra acrobática que erizan la piel que revuelve nuestra humanidad, pero que nos permiten por un momento ser ese gigante ser que puede caminar por sobre las nubes y mirar hacia arriba para encontrarse con nuestra mirada terrena.

Llega la oscuridad
He podido ver lo que no se ve, la oscuridad perene que dejaron las tenues luces de un helicóptero S-70i. He podido ver lo que se esconde detrás de cada bombillo que encendemos para alejarnos de esa oscuridad y disfrutarla con el constante trepidar de las palas del rotor haciéndonos viajar por ella, tratando de vencerla gracias a la técnica humana.

He podido ver las caras de asombro y miedo de quienes me acompañan cuando una bolsa de aire sacude nuestra aeronave, pensar por un corto instante en ese temor de lo inesperado y luego tratar de contenerlo con risas y un extraña sensación de placer al ser simples hojas mecidas por el viento a su deseo.

Cama de nubes
He podido ver la cama de nubes convertirse en una frontera entre lo real y lo soñado, y atravesarla como si fuera invisible, para acompañarla por kilómetros y kilómetros de extensión, pensando que, mientras algunos estamos allá arriba, bajo ella la vida de millones más se desarrolla, esperando algo mejor de un día que a mí me llevó al cielo.

Botones y palancas
He podido ver al hombre manipular botones y palancas llevando en sus manos millones de partes funcionando rítmicamente en una especie de milagro que permite que nos alcemos en un objeto de tales dimensiones y peso, y que eso parezca como pan de cada día.

He podido ver el vuelo, sentir el vuelo, escuchar el vuelo, vivir el vuelo y por cada uno de esos momentos, por los otros que se escapan a la memoria y por los que van a llegar en el futuro, estoy más que agradecido.

1 comentario:

  1. qué manera tan agradable de describir la experiencia de volar y lo que desde el aire puede ver.
    ¡Excelente!

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