Javier Franco TOPPER

8 de julio de 2012

El tiempo no se detiene


El tiempo se detuvo hace varios meses para este texto, lleva muchos días en mi escritorio en blanco y menos mal llegó el impulso para, aunque sea, comenzar a rellenarlo.

Son tantas las ideas simples en la vida, que a veces uno no se detiene a contemplarlas. Siempre tengo como ejemplo la experiencia de la visita del Dalái Lama Tenzin Gyatso a Colombia hace algunos años. Tuve la oportunidad de ir a escucharlo y la sensación al final fue “pero este señor no dijo nada nuevo”. Pues efectivamente no dijo nada que uno no supiera ya, todas sus palabras alrededor de la felicidad, de la paz interior, son cosas que uno sabe, ¿pero las pone en práctica?

Por eso es que aquello de que “el tiempo no se detiene” puede llegar a ser tan simple y obvio que pasa desapercibido, pero creo que es válido detenerse un momento a pensar en ello. Es un poco contradictorio detenerse a pensar que la vida no se detiene, pero bueno, creo que quien lea esto sabe qué quiero decir.

Sólo por un segundo olvidarse de todo, tratar de poner la mente en blanco y caer en cuenta de que ese segundo que se está viviendo se está yendo en ese mismo instante y lo mismo ocurre con el siguiente y el siguiente, igual con el minuto, la hora, el día, la semana, etc. Es impresionante darse cuenta (al menos eso creo yo) de cómo el tiempo definitivamente no se detiene, no quiere hacerlo, no podemos detenerlo, sigue allí, incólume ante cualquier cosa que pensemos, no le interesa, no se preocupa, sólo camina hacia adelante, nunca mira atrás, pero siempre es ese momento, siempre es ese segundo, como el segundo cuando quisimos detenernos a pensar en él.

Si él no quiere ni desea ni le preocupa detenerse, ¿para qué detenerse a pensar en él? Con todo y todo, aún vale la pena hacer una pequeña pausa y ver cómo están las cosas, cómo ha sido el camino recorrido, cómo va a ser el que viene por recorrer. Esa pausa, esa detención para analizar el inexorable paso del tiempo, vale la pena de vez en cuando.

Recuerdo aquellas ocasiones en que, por las razones que sea, veo el mundo diferente, a las personas, el ruido de la calle, los edificios o el clima; los veo distintos a cómo diariamente se perciben, aunque sería algo contradictorio usar esa palabra porque realmente casi siempre pasan desapercibidos, pero verlos con esos otros ojos que aparecen desde dentro propio por las razones que sean, me hace pensar en aquello de detenerse a observar el tiempo que no para. Detenerse a ver el cielo, a mirar a la gente, escuchar una risa o un grito, detenerse en medio del mundo que no para, hacerlo para contemplar un poco mejor aquello que no se percibe, es como detenerse a mirar el tiempo.

Es esa pausa necesaria, es el compás de espera de segundos para ver la vida, es el regalo de poder realmente controlar el tiempo, aún cuando no se detiene.

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